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Era la noche de Samaín, y el viento soplaba fuerte en el bosque de la aldea de Os Corvos. Antón y su amiga Lara decidieron aventurarse en el bosque, siguiendo las viejas historias que habían escuchado desde niños. Según la leyenda, en esa noche mágica, el bosque se conectaba con el mundo de los muertos, y si caminabas lo suficientemente profundo, podrías ver las sombras de los ancestros de la aldea.

Lara llevaba una linterna, y Antón, un viejo mapa que su abuelo le había dejado, en el que se marcaba la “Fuente del Silencio”. Decían que en esa fuente se reunían los espíritus para descansar durante Samaín. Al acercarse, notaron que la luna estaba oculta detrás de una nube espesa, y el silencio se hacía más profundo con cada paso que daban.

Finalmente, llegaron a la fuente. El agua brillaba bajo la luz tenue de la linterna de Lara, y entonces… escucharon un susurro. Era apenas un murmullo, como una voz lejana llamando a alguien. “¿Escuchaste eso?”, susurró Antón, tratando de no perder la calma. Lara asintió, paralizada por el miedo.

De repente, una figura apareció al otro lado de la fuente. Era una mujer vestida de blanco, con el cabello largo y oscuro que caía sobre sus hombros. Su rostro era pálido, y sus ojos parecían brillar en la oscuridad. La figura levantó una mano, señalando hacia el bosque profundo, y en un instante, desapareció en el aire, dejando una sensación de frío.

Antón y Lara salieron corriendo del bosque, sin mirar atrás. Nadie en la aldea les creyó, pero ellos sabían lo que habían visto. Desde esa noche, cada vez que llegaba Samaín, la Fuente del Silencio se convertía en un lugar que nadie se atrevía a visitar.